Gladys Seara

El gusto por las aves del paraíso se hace evidente cuando uno entra a su casa: algunas reposan en un florero y otras resaltan en unos desnudos fotográficos que decoran las paredes y que acompañan un par de lienzos. “En la pintura soy nulo, pinté el techo y me quedó mal, esos cuadros me los regaló Jorge Pizzani”, confiesa con una voz ronca.

Quizás debido a haber estudiado Sociología, comprende los problemas políticos de la ciudadanía venezolana y se siente obligado a, por lo menos, intentar resolverlos. La sala de su casa rememora otra época y es posible imaginarlo allí, con 19 años, deseando ser director de cine.

La buena dicción, su camisa azul y pantalón a juego y sus modales podrían ser señales para descubrir que es un hombre con costumbres de épocas de antaño. Óscar Lucien, cineasta, sociólogo, profesor audiovisualista en la Universidad Central de Venezuela, presidente de Ciudadanía Activa, con cabello perfectamente cortado y lentes cuadrados de pasta, gusta también de la fotografía. Luego de ofrecer a la periodista un vaso de agua y buscar uno para él mismo, comienzan una conversación que, luego de una hora, evidenciaría la forma de pensar de un director de la época de oro del cine venezolano.

Algo de azar

Originalmente me interesaba la química y la comencé a estudiar en la Universidad Simón Bolívar, luego entré a la Universidad Central de Venezuela a estudiar Sociología; también estaba interesado en la comunicación y en la investigación. Además, iba mucho a la Cinemateca Nacional. Un día estaba allí y fue el director Gustavo Reyes a un ciclo de cine ecuatoriano, simpaticé con él y, tiempo después, cuando visité Ecuador, su hermano estaba por grabar una película en el Chimborazo, así que fui con ellos y me involucré en la actividad productiva. Me gustaba el cine, pero nunca me imaginé que pudiera hacerlo.

Entonces, decidió estudiar cine…

―Sí, tenía 18 o 19 años y dije: “Me gusta, pero no sé nada”. Entonces, como ya estaba por graduarme en Sociología, me fui a Francia. Allá había muchos venezolanos estudiando lo mismo porque estaba de moda. Luego de hacerlo regresé a Venezuela y realicé, con los amigos ecuatorianos, mi primera película: Retrato de un Poeta Desnudo.

¿De dónde sacó los recursos para hacer la película?

―Esa película fue personal porque todo el equipo era de amigos. Yo hice la producción y ellos me prestaron los equipos, fue un trabajo de cooperación. En esa época era accesible viajar, el bolívar era una moneda realmente fuerte así que la grabé aquí, la monté en Ecuador y la procesé en Nueva York.

Luego de realizar Retrato de un Poeta Desnudo (1982), Óscar Lucien, quien dirigió la Cinemateca Nacional entre 1991 y 1994, realizó Memorias (1983), X Vocación (1985), Relevé (1987), Reportaje Especial (1988), Un Sueño en el Abismo (1991) y su último largometraje ficción: Piel (1998).

Un chispazo

¿Por qué no hizo más películas después de “Piel”?

―Cuando hice Un Sueño en el Abismo conseguí plata de todos lados, me endeudé en el banco y mi aval era mi casa. Cuando uno está chamo arriesga más, hoy en día no pondría en riesgo mi vivienda. Además no he tenido una idea que valga la pena así que me he dedicado a la fotografía.

Entonces, ¿cambió la cámara fílmica por la fotográfica?

―No la cambié, eso está ahí y es parte de un proceso. Hace poco escribí un guion sobre el tema de la moda y la belleza, pero al final no me sentí conforme con él. La parte del cine la he puesto en suspenso porque requiere una producción y un esfuerzo mayor que la fotográfica, es necesaria una estructura industrial para la cual yo no he tenido la energía, además me he dedicado a la política desde la ciudadanía, he invertido mi energía en eso.

¿Cómo llevar lo que vivimos ahora a una película?

―No lo he pensado. Crear un guion es un chispazo y no me he sentido convencido. En algún momento aparecerá una idea.

¿Ha cambiado la temática de las películas de los años 80 con respecto a las actuales?

―Yo creo que el cine venezolano es muy sociológico, siempre es sobre la miseria, la pobreza y los malandros. En mi primera película plasmé el tema de la droga y en Piel, aunque el tema de fondo es el racismo, se presenta un conflicto que gira en torno al gran paradigma del amor que es la imposibilidad de que este ocurra. Antes había un estereotipo fuerte con la película venezolana y era curioso porque mientras lo rechazaban y criticaban, esas películas de denuncia social eran las que tenían mayor audiencia y cuando hacías una película de otro tema, la gente no iba. El tema social está porque uno no escapa a una sociedad con contradicciones.

¿Plasmar los problemas ayuda a que cambie la mentalidad de la sociedad?

―Digamos que cuando asumes un rol intelectual o artístico tu aspiración es que eso repercuta, pero con una película no se cambia el mundo y cuando se convierte en mensaje y valorización de las personas se vuelve en un fastidio.

Entiendo que escribe artículos de opinión en diarios venezolanos, ¿por qué denunciar los problemas a través de textos y no en una pantalla?

―Además de lo económico, montar una producción requiere dos o tres años de tu vida, es un trabajo que toma tiempo porque tiene muchas implicaciones. En los primeros años de mi carrera tuve compromisos importantes con eso, pero después del 98 hubo un punto de inflexión: con la llegada de Chávez, la política interfiere en la vida del ciudadano y es difícil estar ajeno a las violaciones de las leyes, eso te obliga a tener un compromiso ciudadano. Yo me sentí comprometido y he dedicado un tiempo sustancial eso.

Lo autobiográfico

¿Qué le dejó el haber hecho cine y el haber hecho fotografías?

―Las fotos tienen una puesta en escena, hay una idea que se transmite con el manejo de la luz y la composición, eso me gusta: hacer la puesta en escena. Yo siempre estoy interesado en el tema de la memoria, para mí eso tiene un valor patrimonial, porque conoces las películas pero no sabes quiénes son los cineastas, entonces de alguna manera contribuyes a crear una memoria.

¿Cuánto de Óscar Lucien quedó en sus largometrajes?

―Todo porque para mí todas las películas son autobiográficas, aunque las anécdotas que estén allí no tengan que ver con uno directamente. Siempre son temas que a uno le interesan porque alguien te contó algo que te impactó y uno saca las ideas de lo que lleva por dentro, nada de lo reflejado en mis películas me pasó a mí, pero hice contacto con eso y lo traté a través de ellas. Una película es un nivel de interlocución con alguien y eso a veces se logra y otras no. Un cineasta se pregunta: ¿cómo logro que un espectador que no me conoce sienta lo mismo que yo, cómo hago que se conmueva o que se ría?

¿Desde la época de oro hasta ahora ha evolucionado el cine venezolano?

―Desde el punto de vista técnico sí. El cine venezolano ha variado y se ha profesionalizado. Ahora son películas con calidad técnica importante, se hacen como en Hollywood. Además existe apoyo institucional directo, tanto privado como público.

¿Qué opina del apoyo público, de parte del Estado?

―El apoyo hoy en día es sobre todo del sector público y creo que eso puede afectar la parte crítica de la película que se haga.

¿Por qué se hacía cine en la época de los 80?

―En la primera época se hacían películas para pasarlas en las universidades, luego se realizaban para el cine. Mi película se pasó en 10 salas y en muchas aplaudían. Con Un Sueño en el Abismo me fue bastante bien, estuvo diez semanas en las salas. Hoy en día, aunque hay una revolución tecnológica, existen otras lógicas, uno va al cine y de todas las películas solo una es venezolana. Ahorita es un reto hacer una película que pueda conectar con el público porque se pasan al lado de otras hechas en Hollywood y cuesta lo mismo, es una batalla con el cine venezolano, pero creo que la gente ha aprendido a valorar la imagen, la cultura visual.

¿Qué espera en el futuro del cine venezolano?

―Espero que la sociedad venezolana supere las convulsiones que vive para que cada quien pueda ocuparse más en lo que quiere y que no sean las urgencias políticas las que impacten tu vida. Ahora hay un modelo político que interfiere en la vida privada y eso obliga a reaccionar.