Este año, en medio de la pandemia, pude concretar uno de mis viajes soñados, porque a pesar de que me apasiona recorrer el mundo, siempre estaré encantada de conocer cada rincón de mi hermoso país, Venezuela.
Me aventuré a uno de los destinos turísticos más cotizados por venezolanos y extranjeros: el Parque Nacional Canaima, específicamente al campamento Ucaima. A continuación te contaré cómo logré llegar a este destino ubicado al sur de Venezuela, qué tan costoso es el viaje y por supuesto, mis primeras impresiones.

En primer lugar, te recomiendo que contactes a una agencia de viajes para que te ayuden a coordinar los boletos, la estadía y los paseos. A mí me ayudó G and G Travel Solutions y ellos se encargaron de gestionar mi paquete turístico a Canaima con todo incluido.

Así comenzó el viaje

En tiempos de pandemia, el requisito más importante para viajar es tu prueba PCR. Yo me las hago frecuentemente con mi laboratorio de confianza en Caracas, Tu Buen Doctor, que ofrece pruebas ambulatorias y a domicilio por un costo de 80 o 120 dólares (USD) dependiendo de la modalidad.

Con mi equipaje y mi prueba en mano partí del Aeropuerto Internacional de Maiquetía en un vuelo directo hacia Canaima. Antes el viaje se hacía en dos partes: se volaba hasta Puerto Ordaz y de ahí se tomaba una avioneta hasta Canaima, pero ahora todo es mucho más fácil.

Durante el vuelo, la vista a través de la ventana del avión es impactante, con el pasar de los minutos se hacía cada vez más evidente el cambio de paisaje, comienzas a ver los ríos y se asoman algunos tepuyes a la distancia.

Llegamos a Canaima

Volamos durante una hora hasta que finalmente aterrizamos en el Aeropuerto del Parque Nacional Canaima, pasamos por una cabina de desinfección, continuamos en la fila para pagar la entrada y esperar el transporte que nos llevaría hasta nuestro campamento.

La entrada al parque actualmente tiene un costo de 15 dólares (USD) por persona y debes llevar el monto exacto en efectivo. Una vez dentro del parque, puedes acercarte a los puestos de artesanía donde los habitantes de la zona que viven del turismo venden distintos accesorios y suvenires representativos de su cultura. Apoyar a estos trabajadores es una buena opción para pasar el rato mientras esperas por tu equipaje, ya que el personal del campamento se encarga de bajarlo del avión y transportarlo.

En este primer acercamiento con el parque me topé con un mapa topográfico colgado en una de sus paredes donde presentan los nombres de los tepuyes que pueden ser visitados por los turistas: son menos de 10 entre los más de 100 que se han formado en el territorio.

Entre los más conocidos destacan el tepuy Roraima, el Kukenán, el Chimantá y el más grande de todos: el Auyantepuy, donde se encuentran los saltos Churu, La Cortina, Aonda y el Salto Ángel. ​Un dato curioso sobre el Auyantepuy es que es tan grande como la ciudad de Caracas y su superficie es mayor a la de Andorra. Si vienes a visitar este lugar único en el mundo, lo mejor es que estés súper informado para que logres apreciar lo invaluable de estos espacios.

La amabilidad de su gente

Los campamentos ofrecen recorridos con guías personalizados y autóctonos de la zona, pues nadie conoce mejor sus tierras que quienes hacen vida en ella. Por eso, la primera parada que hicimos fue en la comunidad indígena de Canaima.

No puedo seguir contando esta historia sin agradecer a Dakó, mi guía del campamento, una persona demasiado amable y paciente que me compartió sus conocimientos durante todo el trayecto. Me contó que la comunidad indígena es el eje central de Canaima, allí habitan unos 3.000 Pemones-Kamaracotos que trabajan y viven del turismo, tienen su propia escuela y un ambulatorio.

Canaima es un destino de película

El dialecto de la zona es el pemón y luego de aprender a pronunciar una que otra frase, nos fuimos directo a Ucaima que significa “lo que atrae”. Y es que el nombre le hace justicia a la experiencia, porque definitivamente es un lugar que te llena de una energía inexplicable. Sin importar a donde mires, se te eriza la piel y te quedas sin palabras.

Mientras navegábamos por el río en la curiara, Dakó nos contó con orgullo cómo muchísimas películas han sido grabadas o inspiradas en Canaima, entre ellas: Up, Avatar y Point Break. Por supuesto, yo tampoco podía dejar de recrear mi propia escena y los del campamento me rentaron dos trajes típicos indígenas para tomar fotos a la altura de esta vivencia con ayuda de mi fotógrafo.

El alquiler de cada traje tiene un costo de 50 dólares y estos incluyen sus propios accesorios elaborados en semillas, son hermosos y completamente originales. Cabe acotar que el guayuco es un traje ancestral que hoy en día solo se usa en ceremonias y por eso es tan significativo para los Pemones.

Una experiencia de lujo

Se me hace difícil plasmar la emoción que sentí desde que llegué al campamento Ucaima y ni hablar de la vista panorámica hacia los tepuyes que tenía desde mi cama. Frente a la habitación hay una hamaca donde te puedes recostar para disfrutar del ambiente y los sonidos de la naturaleza.

La estadía en una habitación Royal Tepuy en este campamento, donde me hospedé por tres días, cuesta entre 630 y 720 dólares (USD), pero también hay otras opciones entre 540 y 675 dólares (USD). Un paquete de 4 días y 3 noches puede llegar a costar unos USD $1.000.

Tuve el privilegio de recibir el tour por el resto de las habitaciones de la mismísima Gaby Truffino, hija del fundador de la posada, Rudolf Truffino, un holandés que, encantado por la belleza de este sector de Venezuela, fundó el campamento turístico en el año 1956.

Mi experiencia con este campamento fue de primera calidad, salí fascinada con todos sus servicios, desde la atención y las instalaciones hasta los menús variados y abundantes que ofrecen a lo largo del día.

Baños de juventud

A unos 10 minutos del campamento Ucaima se encuentra una playa que lleva por nombre Mayupa, que traducido del dialecto Pemón significa “lugar de ayuda”. La arena es blanca, limpia y sus aguas se tornan rojizas por la presencia de tanino, una sustancia cargada de antioxidantes que se encuentra en las plantas.

Es una zona a la que acceden los indígenas para compartir con familia y amigos, pero está mayormente destinada a las actividades de turismo. Cuando la visité me di mi buen baño de juventud y me tomé todas las fotos posibles, aunque el agua estaba muy fría.

De allí regresamos navegando bajo el atardecer hasta el campamento, nos recibieron con un coffee break, chocolate caliente, ponques y luego llegó la hora de la cena. Nos consintieron con un plato criollo y un caldo picante tradicional de los pemones llamado Tumá, elaborado de su propia siembra y caza que suelen acompañar con casabe. Lo degustamos directamente con las manos, al mejor estilo de las familias pemonas.

Una de las cosas que más valoro de este viaje es que todo el personal se ocupa de promover el turismo responsable y sustentable para preservar estos irrepetibles espacios naturales. Desde el primer momento sentí que sería el mejor viaje de mi vida y este es apenas el comienzo. Te invito a vivir conmigo el resto de la experiencia a través de mi canal de YouTube.