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Todos se protegen del sol en un kiosko de palos cuyo techo es un plástico negro acomodado entre la madera. El molino pone la música: los granos de maíz que se separan del corazón de la mazorca se meten en el triturador para hacer la masa. No le añaden más nada.

La mujer encargada de hacer las cachapas impregna una brocha hecha de hojas de maíz con mantequilla y la pasa por la plancha. Hace otra luna llena amarillísima. Unos esperan su desayuno al frente de ella y otros en las mesas de plástico, detrás de la plancha.

En un termo grande está el papelón con limón y en un recipiente de plástico el queso con el que se rellenan las cachapas. No, no es queso de mano, este es queso duro.

“Ya está lista la suya”, dice la mujer mientras toma una hoja de jojoto y abraza la cachapa que ahora parece una media luna. Está doblada, rellena de queso duro y puesta en un plato de plástico, los mismos que usan en los pueblitos trujillanos.

Los comensales prueban una de las comidas típicas de Venezuela: “Es maíz puro, qué rico sabe, ¿verdad?”. No esperaban que al pasar el estadio vía hacia Playa el Agua encontrarían un desayuno verdaderamente criollo, que no fuera empanada.

En Margarita, con 80 bolívares por cachapa y 20 por guarapo la Reina de la Cachapa se roba el gusto de sus visitantes.